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Militares en la frontera, dolor en el corazón

Por Gonzalo Cabrera

Como un gran tirano que define la verdad, la televisión chilena por medio de un juego perverso criminaliza la inmigración venezolana a diario. En vez de poner paño frío a una situación cada vez más álgida, tratan al migrante como sujeto de delito, gente floja, mala para el trabajo y de fácil vivir. Para equilibrar la balanza, el matinal termina entrevistando a dos migrantes en Colchane. Pero en vez de ayudarlos en su peregrinaje forzoso, los dejan a su suerte en el desierto más árido del mundo. Mientras esto pasa en Chile, en el resto del mundo nos hacemos conocidos por la triste noticia de que en Iquique, tras una marcha nacionalista, se quemaron las pocas cosas de los venezolanos en el lugar.

Lejos de su aparente objetividad discursiva, los medios construyen opinión, construyen realidad. El discurso de odio termina siendo caldo de cultivo para culpar al otro de los problemas propios, en un país cada vez más deteriorado, inseguro e injusto. ¿Y quién mejor que aquel de afuera? Aquel venezolano forzado a migrar víctima de un socialismo en agonía. Así, el migrante apuntado con el dedo termina siendo el culpable de todo: la delincuencia, el narcotráfico, el desempleo, los homicidios, etc. Todos problemas que si bien se han agudizado los últimos años, existían ya desde hace tiempo en Chile.

 

Barrer bajo la alfombra

La nueva ley de migraciones que comenzó a regir el 20 de abril solo permite regularizar su situación a quienes ingresaron por un paso habilitado antes del 18 de marzo de 2020. En cambio, aquellos migrantes que entraron por pasos no habilitados tienen un plazo de 180 días para abandonar el país, sin sanción. Esta ley, más parecida a un ultimátum, pretende desvincularse de un problema serio. Como no se trata de rentabilidad y negocios -materia predilecta de este gobierno-, sino de personas, poco importa dar una solución real a esta crisis. Hablamos de familias enteras, madres solteras con tres hijos encima que han recorrido la mitad de un continente para tener un mejor vivir, y que al no lograr entrar por los pasos correspondientes, deciden hacerlo de forma irregular.

Militarizar la frontera por medio del estado de excepción misma receta que en el Wallmapu- es parte de esta nueva fórmula que tiene el gobierno para solucionar todos los problemas. Ahora, ¿esta receta ha servido realmente? ¿Ha disminuido la violencia en la Araucanía? Y lo más preocupante, ¿por qué este tipo de medidas son tan populares entre la población? De algo estamos seguros, estas políticas cobran sentido a medida que la crisis se agudiza y la incertidumbre crece.

 

Así como la cancillería chilena no ha desplegado ni un plan donde se coordine con el resto de los países de la región, la nueva ley de migración no sirve para controlar el ingreso indiscriminado de migrantes. La puesta en escena de militares, rifle en mano viendo pasar personas en la frontera evidencia algo que este gobierno nos tiene acostumbrados: la caricatura, el montaje, lo falso. No existe voluntad de darle solución ni a la población nativa en el norte ni a la migrante que ya está en Chile. Más bien el gobierno busca beneficiarse dejando un problema cada vez más serio para el nuevo gobierno entrante.

En esta macabra táctica de rentabilidad política, el discurso de odio y las políticas que lo acompañan interpelan a un sector del pueblo chileno -que a diferencia de otros países latinoamericanos no conoce de grandes migraciones-  y que en su búsqueda de responsables, termina culpando al extranjero. Al igual que en todo el mundo, es cierto que la crisis migratoria ha significado un problema para el norte chileno. Son cientos las familias venezolanas viviendo en las calles de la ciudad. Ahora, es un problema de meses, con voluntad política podría haberse evitado. ¿Qué ha hecho el gobierno para dar una solución? ¡Ni un solo bus han puesto para descentralizar la zona hacia el sur!

 

Hoy en la frontera se les está negando la entrada por el solo hecho de ser venezolanos. El mismo gobierno que prometió visas en Cúcuta hace un par de años atrás, propone como solución el cierre de fronteras y la expulsión de toda persona que haya entrado a Chile por paso irregular.

 

 

Y verás como quieren en Chile al amigo cuando es forastero

 

Al igual que la colectividad venezolana, otros migrantes tampoco escapan de esta realidad. Joane Florvil fue una mujer haitiana residente en Chile, que en un confuso incidente, terminó siendo detenida acusada de abandonar a su hija, luego de no poder comunicarse en español. Acusada y detenida injustamente Joane pasa sus últimos días de vida presa, un desenlace fatal: una falla hepática termina con su vida. Víctima de un racismo institucional, la televisión chilena se hacía un festín con su desgracia, transmitiendo en directo su detención. El caso de esta joven mujer de 28 años además de ser desgarrador describe de buena manera la actual situación de los migrantes en nuestro país. Siempre ciudadanos de segunda categoría, deben lidiar con una doble opresión: su pobreza, el color de su piel, su lengua y origen.

Tras el estallido pensamos que Chile había despertado, pero como lo viejo no termina de morir, aún vemos como el arribismo y chovinismo abunda en la mente ignorante de muchos chilenos. Una permanente necesidad de diferenciarnos del que menos tiene, como si de esta manera cambiasen nuestros apellidos a Larraín o Matte de golpe. Aclaremos una cosa importante, lo que molesta no es el extranjero en sí, sino que “el que viene es pobre”, “pide en la calle”, “viene escapando de un país moribundo”. A los extranjeros genocidas como Menéndez, rey de la patagonia, les construimos ciudades a su medida, como es el caso de Punta Arenas.

 

Pobre de aquellas familias que recorren miles de kilómetros para ser perseguidas, apuntadas con el dedo y finalmente expulsadas. Aquellos que no teniendo los beneficios de una visa norteamericana o europea, terminan entrando a Chile por pasos no habilitados. Aquellas mujeres que como Joane, en busca de un mejor vida para su hija, acaban sufriendo la miseria de una sociedad y un estado que los rechaza y culpa por todo.

 

Poco se habla de soberanía

 

A la fecha más de 25 personas han muerto en el desierto chileno. El caso más trágico: una bebé de tan solo 9 meses murió en la frontera. Deshidratación, fallas cardíacas terminaron con la vida de estas personas, que antes que migrantes fueron seres humanos.

En este mismo lugar se encuentra -o se encontraba- la reserva de cobre más grande del mundo, el llamado “sueldo de Chile”. Pero la verdad es que la riqueza de estos minerales nunca nos perteneció. Han sido empresas canadienses, norteamericanas, capitales extranjeros los que se han llevado nuestro sueldo dejando el relave en la tierra y los metales pesados en el agua. Y lo siguen haciendo, se acaba el cobre y vienen por Litio. El extractivismo tiene seco a Chile, pero a ellos les permitimos entrar, saquear, contaminar, para luego salir, sin ningún problema de visado. ¿Les seguiremos abriendo las puertas para que continúen abusando de nosotros “los chilenos”?

 

Todo ser humano debería tener derecho a poder migrar si así lo quisiese, nadie es ilegal solo por su origen.  Partiendo de esta premisa, la tolerancia y la integración debieran ser la respuesta de un pueblo culto, que recibe con brazos abiertos a familias que buscan un mejor destino. Cavar una zanja, construir un muro, mandar militares a la frontera, expulsar a personas sin identificar cada caso en particular, forman parte de un conjunto de medidas de una nueva derecha nacionalista, que inventando enemigos foráneos pretende evadir las culpas en un país donde el neoliberalismo parece agonizar. No seamos parte de este juego, hay vidas de por medio.



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